lunes, 26 de junio de 2006

El evangelio según Superman

El evangelio según Superman

¿Hay algo peor a que alguien que ya vio la película que tú quieres ver venga y te lo saque en cara y, no contento con eso, encima te la cuente? Sí: que esa película no haya sido siquiera estrenada todavía y que el sujeto en cuestión se las haya arreglado, seguramente, para colarse en una función especial para periodistas con tal de volver a ver -gratis- al colega Clark. Pero no se preocupen. Lean tranquilos. No les pienso revelar que el hijito de Luisa Lane, en realidad, es hijo suyo.

Pongámonos, para comenzar, de acuerdo en que:

1) se llama Súperman y no Supermán. Por favor.
2) Es el periodista más poderoso del mundo. Lamentamos decepcionar a Hildebrandt Superratón.
3) Su mayor superpoder consiste en que, para evitar ser reconocido, le basta ponerse unos anteojos que ni

siquiera son de sol.
4) Nadie puede negar que siempre fue algo así como el wantán sin tamarindo o el arroz con pollo sin huancaína

de los superhéroes. Siempre preferimos a Batman por terrícola y porque se hizo a punche y también por
atormentado, ambiguo, cínico y vengativo, pero hay que reconocer que esta vez el chico de las botitas rojas se
reivindica: la resurrección le sienta bien.
5) Si alguien te entrega 363 millones de dólares para hacer una película que debe recaudar como mínimo 600, no

te queda otra que filmar una sobre Jesucristo o Superman. O las dos cosas al mismo tiempo, como veremos a
continuación.

Que Marlon Brando es Dios constituye un dogma incontrovertible. Como todos recuerdan, el malogrado actor hizo más de una vez de papá de Superman: (Jor-El) y esta vez, desde ultratumba, parece actuar (como Gardel), cada vez mejor, aunque no se vea de él sino, apenas, un reflejo (justamente, como Dios). Su inconfundible y sobrecogedora voz en medio del silencio supremo de la vía láctea no nos deja duda sobre de quién se trata: el padre bueno y misericordioso que nos envía a su único hijo para salvarnos: el redentor que, habiendo muerto ya una vez en la Tierra, regresa directamente de Kryptón, es decir: del cielo, flotando en el éter con los ojos cerrados, en éxtasis místico y los brazos extendidos en cruz como quien trata de abarcar el universo, escuchando nítidamente los gritos de auxilio y las plegarias que, desde todos los confines del planeta, como en una radio enloquecida, llegan en todos los idiomas hasta sus oídos que lo escuchan absolutamente todo: Ven, ven, ven, señor, no tardes, eres nuestra salvación.
En «Superman vuelve», las referencias bíblicas son astutamente insistentes y aparecen por todas partes: cuando, por ejemplo, la nave que lo trae de regreso desde su lejana galaxia natal (¿otra vez?) se precipita con gran estruendo en medio de los maizales de la que fuera su casa rural, la anciana mamá adoptiva, doña Martha Kent corre a rescatar a su engreído de las llamas y lo estrecha entre sus brazos, dejándolo reposar lánguidamente en su regazo, componiendo una perfecta y nada casual Pietá. Y todas las pateaduras y humillaciones que debe sufrir el todopoderoso cuando, a manos de los truhanes, es insultado, escupido y arrastrado por el fango, serían quizás un poquito menos evangélicas sino culminaran con una letal puñalada artera que le deja, por supuesto, una emblemática herida en el costado.
Luisa Lane, por su parte, no es la Virgen María, de modo tal que resulta imposible no maliciar siquiera un poquito cuando la vemos aparecer trayendo de la mano a un sobreprotegido niñito de cinco años, todo enclenque y asmático, perennemente aferrado a su inhalador de Ventolín. Ahora ella está convenientemente casada con el sobrino del director del diario, claro, pero... ¿Cuántos años dice que han pasado desde que Superman y ella no se veían? Cinco, pues, qué coincidencia. Hum. Esa debe ser la escena del superpolvo que nos arrebató la censura. Pero firma tus goles, jugador. Está clarísimo que, aunque parezca pirateada de un libreto de Delia Fiallo, la brillante idea de incluir a esta especie de paladín de la justicia en versión Zaraí deja a los guionistas cantidades industriales de tela por cortar. Saquen su cuenta: vida, pasión, muerte y resurrección de superniño. El nuevo testamento tiene para rato.
«Miren a su alrededor, ¿acaso no estábamos todos clamando por él?» -ha preguntado Bryan Singer, el director del film quien, como Clark Kent, es hijo único y adoptivo pero, a diferencia de él, ha admitido ser del club, lo cual sería irrelevante si no se trasluciera tanto en la delatora elección del hasta hoy desconocido Brandon Routh para el protagónico, por encima de estrellas tales como Ashton Kutcher, Josh Harnett o el ya cuarentón Nicolas Cage. Ya se sabe que el spandex de la mallita rojiazul no perdona nada pero el condenado Brandon -con esa cara de Niño Ricardito del Presbítero Maestro- está tan convencido de que no tiene nada fuera de lugar que hasta se da el lujo de hacer, con pana, un hospitalario topless como para que no quede duda de que, salvo los lentes de contacto azules, todo lo demás es de verdad. Parece que su asombroso parecido con Christopher Reeve le había servido siempre para obtener empleos: el otro día, en un programa mañanero, un entrevistador suspicaz le enrostró una foto de hace cinco años en la que, extrañamente, ya aparecía enfundado en el disfraz. «¿Por qué te vestías de Superman desde entonces?» -le preguntaron. Routh se rió a carcajadas antes de revelar, de lo más relajado, que le pagaban 15 dólares la hora por usarlo en la vía pública y volantear cupones de una oferta de hamburguesas.
Tiene razón el otrora artífice de X-Men: es cierto que, si no la humanidad, por lo menos los occidentales andábamos necesitando héroes a los gritos. Y aunque él dice que intentó, a toda costa, evitarlo: las referencias al 11 de setiembre también abundan y, en ocasiones, hasta hacen enmudecer la sala: explosiones pavorosas que se apagan de un solo soplido, infortunados cristianos que caen como moscas desde lo alto de colapsados rascacielos para ser providencialmente detenidos a escasos centímetros del asfalto, una Metrópolis -harto parecida a Nueva York- que se derrumba con estrépito o villanos de rasgos notoriamente árabes como Stanford, la mano derecha de ese exquisito Lex Luthor que compone un rapado y malísimo Kevin Spacey. Pero si hay una escena cien por ciento Torres Gemelas es aquella del avión de pasajeros en caída libre: de lejos, la más espectacular secuencia de desastre aéreo jamás filmada. Como no podía ser de otra manera, la tragedia es evitada con puntualidad por el mismo muchachón que disimula tan bien bajo la camisa una capa del tamaño de un toldo playero de Bancarto. ¿Dónde consigue depositar delicadamente la nave siniestrada? Sobre el césped de un atestado estadio de béisbol cuyas tribunas, emocionadas hasta el llanto, se ponen de pie y aplauden igualito que los viajeros del aeropuerto a los soldados que regresan de la guerra en el galardonado spot de cerveza Budweiser. Casi toda la gente del cine donde la vi también aplaudió a rabiar. Patriotero o monse o todo lo que ustedes quieran, pero, eso sí, no hay público como el gringo.
Y a qué no adivinan quién viajaba en el avión salvado. No faltaba más: Luisa Lane quien, chancona y camisetera como ella sola, regresa de inmediato a la redacción del Daily Planet muy peinadita y justo a tiempo para la reunión con los editores en la que propone escribir un artículo... sobre apagones, idea ésta que el director aprueba de excelente gana. ¡Un momentito! La reportera estrella, ganadora del Pulitzer, que acaba de salvar de una muerte segura tras varios miles de metros de caída libre en una nave a punto de explotar....¿no nos va a ofrecer su excepcional testimonio de milagrosa sobreviviente? No, ha preferido, justo hoy, tratar el palpitante tema de los apagones para la sección metropolitana. Por favor, pues. En las casi tres horas que dura tan épica montaña rusa visual pude creérmela absolutamente toda. Hasta que un hombre vuele a la vertiginosa velocidad de la luz tan solo impulsado por su genuino amor al prójimo. Pero esa, la de los apagones, esa sí que no me la creo. Como dice mi papá: eso está bueno para película.

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