viernes, 23 de junio de 2006

El cerro El Pino Fashion

El cerro El Pino Fashion

Lima fue siempre una ciudad de tránsito. Sus habitantes bailan con Abencia Meza,
escalan cerros de miseria y luchan. Mientras otros, miran de lejos.

«Es un triunfo de la vida que la memoria de los viejos se pierda para las cosas que no son esenciales.»[Gabo. Memoria de mis putas tristes, Norma editores, 2004"

Tendencia 1. Los de arriba.

Desde que Poncho Negro dirigió la invasión a los cerros de Lima, pasando por los milagros chicheros de Chacalón [la sinfonía achorada que se deslizó del cerro] y hasta la marea turbia que se desparramó desde las cumbres de El Pino para asolar el Mercado Mayorista de Frutas, Lima vive con una enorme cuenta pendiente. En la reflexión del mejor neopapanatismo del ministro del Interior Javier Reátegui, más que un brote hay un rebrote de violencia que tiene su origen en un cártel mexicano, porque ha quedado demostrado que los miserables alborotados hablaban con un extraño dejo al Chavo del 8, más una brizna de Tin Tan y una pizca de Cantinflas.
Qué cojudo hubiera dicho mi tío Faustino, que vivía en lo que hoy llaman Tacora. Esos del cerro El Pino y los otros de Ilave y aquellos más de San Gabán, somos los mismos peruanos que vivimos en la más cruel de las extremas pobrezas, que habitamos en las cumbres de la miseria, que asistimos al colapso del Estado y su carencia de conectores para que se escuchen los alaridos del hambre, y a la más anémica de las formas de gobernabilidad donde la autoridad no oye, no previene, y en el caso de Reátegui, aplican un axioma: «24 efectivos PNP heridos por dos insurrectos muertos. Otros tres efectivos graves [un cojito, un manquito, un tuertito] contra tres cocaleros fiambres con balas de FAL a la altura del pecho». En otras palabras, un honroso empate.
No señor ministro, administrador del orden, lobbista del mal gobierno. Esto está que quema. Las turbas de la indigencia, las manchas del infortunio y la caterva enardecida tienen una matriz más allá de la violencia y de la manipulación de un grupo corrupto que quiere tumbarse al presidente Toledo. Aquí hay una factura que hay que pagar, que viene de antiguo, que habita en las mazmorras del perromuertismo y que en el Perú se hizo un estilo hace ya tanto tiempo. Hay una mala administración de lo poco que tenemos y una pésima gestión de alternativas para con la sorda memoria de los de abajo. Esos últimos de la Ley 20530, esos comechados de la privatización y aquellos burócratas de BMW, saben, como decía Noam Chomsky, que viven en un país virtual, que se gasta, viene raído y está deteriorado.
Desde aquí, el último piso del Hotel Golf Los Incas de los Cerros de Camacho al número 500 en Monterrico, Lima ofrece un paisaje a postal sepia de encanto bucólico pero que huele a mierda, tal cual el aserto de Alfredo Bryce Echenique. Sin embargo, Jaime Bayly [1] ha dicho que no cambiaría Lima por ninguna ciudad del mundo. «No sé, aquí me siento dichoso, será por mis huariques o mis points», le juró a Rosi Palacios la otra noche en la tele. Cierto, hay limeños que saben mirar de arriba para abajo. No me refiero a los de La Molina ficha, los de Camacho la bella, ni los de Las Casuarinas fo. Los otros, los de las Laderas de Huaycán, los del gran Manchay o esos de Los Ficus de Puruchuco. Esos que comen tripas de pollo, que bailan con Abencia Meza, que son domésticos de los mayordomos de La Planicie y que la ciudad laboratorio y la urbe ONG jamás les otorgó una visa para el porvenir. Esos son los de la AFP de la rabia y que no ven la hora de bajar y bajarnos.


Tendencia 2. Los del medio

¡Ah los limeños!, los de la clase media tirando para arriba, esos miraflorinos que se saludaban porque se conocían como una sola familia [2]. ¡Ah los de San Isidro!, con su alcalde don Jorge Salmón pegándolos como afiches de tono trance-rasta-hi-hop por calles y puentes. ¡Ah los de Santa Beatriz!, que todavía van a misa los domingos a las 7 de la mañana y comen sus tamalitos y chicharrones libres de pecados. Bueno pues, limeños que saben aquello de los cerros, que añoran su ciudad virreinal y qué buena vaina, viven atacados con el virus de la memoria de las polkitas, el tango y el bolero, como ese viejo periodista de García Márquez que recuerda a los 90 años, melancolizado frente a su núbil Delgadina, que así se templó el acero. Limeños que intuyen que un día sus vecinos bajarán de los cerros para arrasar la ciudad.
Entonces piden rejas, y más guachimanes y más serenos -así maten toreros- y por qué diantres los rojos, o sea, los de la izquierda caviar no les enseñaron a piratear cualquier cosa con ese dedo meñique a tanta chusma, que primero la etiqueta y el buen gusto entre tintos y blancos y luego el Jaguar de Mufarech, manyas; que primero a oír a Luis Miguel al estadio de Gremco [así vendan cien veces más La Herradura y lo quemen al gordo] y luego hablamos de la Jackie Beltrán [3] que cada vez que sale de Santa Mónica se pone como mango. Limeños que gritan, seguridad, seguridad, pero que no imaginan la dimensión del asunto, la complejidad del drama y ven la forma como el fondo y al revés. Ricardo Soberón, abogado de Justicia Viva, comentaba que la PCM y los gobiernos regionales y los locales debían generar un espacio de monitoreo [en el caso de los cocaleros]. Sí, esta bien pero no se trata de la cultura del panóptico. Eso es control y vigilancia. Hay cámaras en el Estadio Nacional, en el Jockey Plaza y hasta en Gamarra. Veamos también las causas de la amenaza.
Lima, cierto, siempre fue ciudad de tránsito y desplazamiento. Españoles, chinos, negros, japoneses, mismos limeños y sus descendientes, creaban subciudades, plataformas, espacios reciclados y de sobrevivencias. Hoy existen hasta seis Limas, con sus centros, el conurbanismo y sus costras de ruindad. Lima siempre estuvo amurallada [4] y vivió imaginando su desgracia más por roñosería que por planificación. A pesar de esos designios, la ciudad sobrevive, tiene permanente nuevo «look» y su sino se desplaza del «fashion» tropicalandino a la religiosidad de iglesia brasilera, del «fast food» a la pollada, de la iconografía: gorda Miss San Cosme al procedimiento: Laura Bozzo. Y cierto, la agenda de los usuarios de información y reflexión la crea Magaly Medina, y Lima y sus cerros sólo hablan de la Tinka y Florcita, del VIH de Álex Otiniano y de la laptop de Almeyda, del inefable rector de la UNI y del chape de Anelhí. Ya, está bien. ¿Y la revocatoria de autoridades? ¿Y el cogollo en el Poder Judicial? ¿Y el concierto de Miguel Harth-Bedoya? Finalmente, ¿qué hacemos con los cerros?


Tendencia 3. Los de abajo.

Tengo una casa en el sector II, Mz. C, Lote 69 s/n del Cerro Huertos de Ventanilla. Soy, así, neolimeño, capitalino última generación. He pasado del BVD al DVD, fui arrasado por el mercachiflismo y ahora por el pirateo. Desde ese cerro arenoso veo Lima distinta a como se observa desde el Hotel Golf Los Incas. He vivido del asistencialismo -una olla de arroz con pollo, una China- y he visto a mis vecinos trajinar puteando en los mítines de Fujimori. Sé, por tanto, de argollas y del rencor por la política.
Pero allá, en las cumbres de la miseria, el Perú no es país, es un Tico al que hay que robarle los espejos, el parachoque y, sobre todo, las llantas. Entonces he vivido con la gente más desesperada del planeta y compartido esa tristeza de Arguedas cuando describió a Chimbote como una ciudad hongo. Ahí se agoniza y todos tienen el título trafa del jirón Azángaro, el cable robado de la línea de Santa Rosa y Ancón. Solo entonces entiendo por qué el sobreviviente de Lima está acostumbrado al crimen y al linchamiento, a la coima y la venganza, a los celos enfermizos y al neosacavueltismo. Mis vecinas me han hecho ojitos, y en mi manzana todos son hinchas del Arsenal inglés.
No es una imagen, es retrato en carne y hueso. Un niño exiguo de talla y porte me observa mientras escribo esta crónica. Dice que se llama Christian. No es mi hijo pero él cree que soy su padre. Me mira con los ojos más enigmáticos ninguna vez imaginados. Yo solo quiero que cuando crezca, Christian no me confunda con un congresista y me ajuste las clavijas. El cerro y su gente están ahí, cierto, son millones, ojalá que no se baje.

No hay comentarios.: